Publicamos estas reflexiones sobre las políticas en torno a la lxs refugiadxs, y las migraciones que aplican los gobiernos de España y Europa. Muros de xenofobia se titula este artículo que firma Raúl Susín, profesor de Filosofía del Derecho e integrante de Alto Aragón en Común.
Muros de xenofobia
A nivel global, 244 millones de personas son hoy inmigrantes. Más de 30 millones de personas nacidas fuera de la Unión Europea residen en ella; y unos 18 millones han nacido en un Estado de la Unión distinto de aquel en el que residen. En España, y con datos del Padrón, están censados unos 4,7 millones de extranjeros. El descenso numérico desde los 5,7 millones en 2011 no se debe solo a la crisis, también hay que tener en cuenta –y es relevante para el reconocimiento y tratamiento de la diversidad– el hecho de las nacionalizaciones, que las segundas generaciones no se consideran como extranjeros en esas cifras o que también haya un número considerable de personas de fuera de nuestro país que viven en él y que no están censadas.
Estas cifras apuntan la necesidad de tener en cuenta que la realidad de nuestras sociedades ha cambiado en poco tiempo, especialmente, dejando de lado para siempre la homogeneidad propia de un espacio, digamos, “confort”. Esta sería la primera cuestión de la que convendría ocuparse: la necesidad de pensar una gestión de la convivencia de unas sociedades que ya nunca tendrán la homogeneidad anterior y donde la diversidad exige no sólo respeto y tolerancia, si no, también, un reconocimiento activo que pasa por el derribo de los innumerables muros físicos y virtuales que nos empeñamos en levantar como desarrollando un infantil –y, desde luego, poco democrático– instinto autoprotector.
A su vez, la existencia de estos muros nos llevan a la segunda cuestión de la que convendría ocuparse hoy: la necesidad de repensar desde la solidaridad y la humanidad la cuasi paranoica opción securitaria con la que estamos gestionando los flujos migratorios. La realidad es que la existencia de Estados fallidos que hace un tiempo servían como guardias de fronteras, caso de Libia; unido a los llamados inmigrantes económicos, comunitarios y no comunitarios; y junto al incremento de refugiados solicitantes de asilo (Siria, Afganistán, Eritrea…) ponen de manifiesto el agotamiento de un modelo europeo confiado únicamente a la idea de contención. Al grito de “¡que vienen los bárbaros!” hemos ido elevando más y más muros, alejándonos de valores claves en una democracia y en un Estado de Derecho, en principio, señas de identidad del modelo de la Unión Europea.
En realidad, hemos ido rebajando o levantando muros en la medida en que la presencia del extraño se nos antojaba funcional o se percibía como una amenaza. Se han rebajado atendiendo a la necesidad de mano de obra, al favorecimiento del incremento de la tasa de actividad femenina, a la dinamización de una economía afectada por los serios problemas demográficos y de envejecimiento de Europa…. Y se han levantado cuando se percibía al extraño más como una amenaza: el gorrón que socava nuestro sistema de bienestar, el bárbaro no cristiano portador de unas costumbres que amenazan nuestra identidad, el terrorista que asaltará nuestra democracia y acabará con nuestras vidas…
Muros físicos, los de las concertinas y alambres de espino; y virtuales, los que a través de la política y el Derecho significan una institucionalización de la xenofobia y se han puesto de manifiesto, por ejemplo, en Directivas comunitarias, como fue la de 2008 sobre retornos, conocida como la de la vergüenza; en normativas estatales, como el Real Decreto-ley de abril de 2012 que excluía de la asistencia sanitaria a buena parte de los inmigrantes por una cuestión administrativa; o en la existencia de auténticas cárceles, los CIEs, donde se retiene a personas que no han cometido delito alguno. Muros unos y otros que, al fin y al cabo, sirven para aportar una fantasía de impermeabilidad, paradoja renacionalizadora en un mundo globalizado.
El último episodio de todo esto lo tenemos en la conocida como crisis de los refugiados, que dice mucho de dónde está Europa, naufragando, y de qué deriva, en este naufragio, están tomando algunos gobiernos y poblaciones donde populismos xenófobos y nacionalistas se extienden manifestándose en lo que Todorov identifica como uno de los “enemigos íntimos” de la democracia. Lo vemos en el resultado de elecciones como las últimas de algunos Estados alemanes, caso de Sajonia, con el auge de un partido xenófobo que amenaza con efectos contaminantes sobre otros partidos democráticos. Lo constatamos con los muros y restricciones de derechos de Austria, Hungría o Dinamarca. Y lo encontramos en la reciente negociación con Turquía, en la instrumentalización que el gobierno turco ha hecho de los inmigrantes y refugiados solicitantes de asilo (unos 2.000 por día llegan a Grecia en lo que va de año; más de 120.000 desde el 1 de enero); y en la falta de responsabilidad moral y de respeto a los derechos humanos y los tratados y convenciones internacionales de los gobiernos de la Unión, entre ello el nuestro, el que está en funciones y se repliega en laberintos jurídicos para evitar la responsabilidad y la transparencia que exige toda democracia y todo Estado de Derecho.
Raúl Susín Betrán. Alto Aragón en Común
(Este artículo ha sido publicado también por Diario del Alto Aragón)